Ana Mon (69), oriunda de la ciudad de La Plata, está casada con Isidoro Alconada Sempe hace 45 años, tiene cinco hijos varones y nueve nietos. Abogada de profesión, es presidenta de la Federación Argentina –única institución latinoamericana con estatus consultivo en el Consejo Económico y Social de Naciones Unidas (ECOSOC)– y de la Confederación Internacional de Apoyo Familiar.
Nieta de españoles, su apellido significa «mundo» en catalán, nació un 12 de octubre, día de la Diversidad Cultural y se casó un 14 de abril, día de las Américas. «Parece que hubiera venido programada», comenta.
Proveniente de una familia de clase media acomodada que pudo brindarle desde muy joven todas las comodidades –tres meses de vacaciones en Punta del Este, viajes al exterior, ropa exclusiva, fiestas–, Ana sentía en su interior que algo le faltaba. La vida no era eso. Y fue la vida misma la que se le plantó adelante, a través de los ojos de un niño que revolvía basura a pocas cuadras de su casa cuando ella iba con sus hijos en el auto. Un segundo en que unos ojos acerados, tristes y desesperanzados se clavaron en los suyos fue suficiente para comprender todo. «Hay un momento en el que uno se plantea el sentido de la existencia, para qué quiere vivir y en qué quiere gastar su tiempo», afirma.
Ese fue el inicio de un camino que comenzó con la inauguración de la Casa del Niño Esperanza, en la ciudad de La Plata, que tenía como objetivo la prevención y promoción de la familia hasta llegar en la actualidad a contar con 1004 centros distribuidos en tres continentes, América, Asia y África, 500 granjas comunitarias y microemprendimientos diversos. Estas son solo algunas de las actividades que llevaron a Ana a ser nominada 15 veces al Premio Nobel de la Paz –primera mujer argentina propuesta para esta distinción–, entre otros múltiples premios y reconocimientos nacionales e internacionales que serían imposibles de mencionar.
Vital, luminosa, emprendedora, Ana contagia fuerza y entusiasmo. Una vez, descorazonada por las dificultades que enfrentaba, decidió llamar a la Madre Teresa y hablar con ella. El día que tomó conciencia de la importancia de la tecnología para multiplicar su obra, se puso en contacto con Bill Gates. Nada la detiene. Aprendió que cuando una puerta se cierra, hay que golpear otra. Recorre el mundo en avión o a través del teléfono. Da charlas en todos los lugares donde se junta un grupo de personas interesadas en el proyecto. Su función en la actualidad es seguir ayudando a fundar centros y comedores-bibliotecas, un proyecto flamante que acaba de poner en marcha. «Aquellos que tuvimos la posibilidad de elegir nuestra vida no podemos ser indiferentes ante tanta desigualdad».
Se emociona cuando habla de sus nietos y le gusta que la vean como «una abuela de colores». «Lo que me diferencia de los demás es en qué gasto mi vida», afirma esta mujer inmensa.
-¿Cómo comenzó este proyecto?
-Fue una tarde de lluvia cuando iba al mercado con mis hijos y vi a un grupo de chicos revolviendo la basura en busca de comida. De golpe, uno de ellos levantó la cabeza y me miró con la mirada más triste que había visto en mi vida. Tenía las pupilas dilatadas y la expresión de quien no espera nada de la vida. Por un lado, pensé que podían ser mis hijos quienes estuviesen en ese lugar; y por otro, que debía hacer algo. Recuerdo perfectamente ese 18 de octubre de 1983. Incentivada por mi marido, empecé a llamar a gente amiga, y organicé una reunión con el objetivo de armar un grupo que estuviera interesado en trabajar en la prevención de la niñez en riesgo y la promoción familiar. Al mes, nos juntamos 20 amigas, muchas de las cuales éramos profesionales de clase media y con muchos hijos, y comenzamos a reunirnos dos veces por mes, de 18 a 20. Al año, estábamos inaugurando la primera casita en la calle 10, gracias a un comodato en la Cruz Roja de La Plata que significó un gran impulso para nosotros.
-¿Cuáles fueron los objetivos iniciales?
-Cuanto más nos involucramos en la problemática de la niñez –abuso, malos tratos, explotación, miseria, entre otros muchos males– mejor entendimos que es muy difícil que un chico mal alimentado y carente de incentivos afectivos, que queda solo o al cuidado de vecinos cuando sus padres trabajan, pueda tener un futuro mejor. Decidimos entonces generar un espacio donde los niños de 3 a 13 años fueran cuidados como en un hogar mientras sus padres están afuera de su casa, apuntalar a sus familias a través de ellos, y así contribuir a su promoción social.
«Aquellos que tuvimos la posibilidad de elegir nuestra vida no podemos ser indiferentes ante tanta desigualdad»
-No se trata de un programa para chicos en situación de calle.
-No, es un programa de prevención para evitar que lleguen a esa instancia que inevitablemente los enfrenta al abandono de la escuela, la violencia, el comercio sexual, las drogas y al alcohol, por mencionar solo algunos de los peligros inherentes a la calle. En este contexto, es importante aclarar que trabajamos con las familias y que, lejos de pretender sustituirlas, apuntamos a su fortalecimiento.
-¿Cómo funciona una Casa del Niño?
-Es un hogar de día, que funciona de lunes a viernes todo el año de 7 a 17 y que brinda a los chicos educación, alimentación saludable, atención médica integral y talleres de oficios que les permiten obtener una herramienta laboral. Las madres los dejan a la mañana o a contra turno, desayunan, almuerzan y meriendan, y vuelven a su casa, porque aunque estén hacinados es allí donde deben estar, junto a su familia. Por su parte, los padres deben asumir ciertos compromisos, entre los cuales uno de los más relevantes es el de mantener la escolarización de sus hijos y, en cuanto a la casa en sí, colaborar en su mantenimiento. Probamos muchos caminos, pero lo que más resultado nos dio fue la participación del padre, de la madre o de ambos un día a la semana en alguna actividad, porque cuando todo se regala no se valora.
-Entre los objetivos de la Federación se encuentra el de la promoción familiar. ¿Cómo la vehiculizan?
-Desde un principio tuvimos claro que nuestro objetivo no se limitaba a las necesidades inmediatas, sino que aspirábamos a llevar a cabo un trabajo integral con la familia. Para eso, implementamos diversos programas de servicios a la comunidad que incluían temas laborales y psicosociales, como educación sexual, violencia doméstica, alfabetización de adultos –para que los mismos padres pudieran ayudar a los chicos con sus tareas–, incorporación de adultos mayores, huertas, capacitación laboral, entre otros.
-¿Cómo fueron los pasos iniciales en la primera Casa Esperanza?
-Una vez que acondicionamos el lugar, pusimos avisos en todos lados: desde el Hospital de niños hasta la facultad. Estábamos muy preocupadas porque no sabíamos cómo íbamos a hacer la selección entre la catarata de chicos que vendría. Nos sentamos a esperar y nada… Entonces decidimos ir a buscarlos casa por casa –donde hay un jardín y ropa colgada, hay un hogar con niños– y así logramos reunir a 47 chicos.
EFECTO DOMINÓ
-En 1991, nace la Federación Argentina de Apoyo Familiar. ¿Qué la llevó a crear esta nueva estructura?
-Un año después de la fundación de la primera Casa, ya teníamos cuatro hogares de día, y el trabajo no paraba de crecer. Decidimos entonces que lo mejor que podíamos hacer era descentralizar, y que cada hogar tuviera autonomía –tanto legal como económica e institucional–, y creamos una sociedad intermedia llamada «Federación Argentina de Apoyo Familiar», FAAF, bajo el lema «Juntos, brindémosle un presente más digno para que ellos luchen por un futuro mejor». La creación de esta nueva estructura nos permitió difundir el proyecto y ayudar a la generación de centros autónomos, a quienes brindamos una pequeña ayuda inicial a partir de la cual deben autogestionarse. La Federación es una institución ecuménica, privada, sin fines de lucro y apartidaria, que funciona como respaldo en caso de alguna emergencia.
«Trabajamos con las familias y que, lejos de pretender sustituirlas, apuntamos a su fortalecimiento»
-¿Cómo logró un apoyo tan importante?
-En un principio, averigüé en mi ciudad cómo se mantenían algunas organizaciones –padrinos, consorcios, etc.–, y entendí que no era viable para nuestros objetivos porque apuntábamos a algo más grande. Llegó entonces a mis manos un libro donde figuraban las fundaciones del exterior del país que se dedicaban a ayudar a instituciones abocadas a la asistencia de menores. A partir de ese momento, comenzamos a contactarlas, les contamos el proyecto y las invitamos a visitarnos. Todo a través del correo y del teléfono de línea. Vivíamos ahorrando para poder costear estos gastos. Lo que parecía imposible se comenzó a dar, y la ayuda llegó. De a poco, con aportes del exterior y nacionales, pudimos crecer a lo largo de todo el país, de América y del mundo.
-Cinco años después ya había alcanzado el nivel de Confederación. ¿Cómo funciona?
-El crecimiento fue exponencial, de la provincia de Buenos Aires al país entero, de allí a la Región –en 1995, realizamos una Asamblea Internacional con la participación de 10 países de América (México, Venezuela, Ecuador, Colombia, Paraguay, Brasil, Chile, Bolivia, Perú, Uruguay–; por último, el mundo. En pocos años, la Federación dio lugar a la Confederación Internacional de Apoyo Familiar, que funciona como madre de las organizaciones nacionales que se articulan de acuerdo con cada cultura, etnia e identidad, siempre de modo autónomo. Esto significa que se desarrollan dentro, para y con la colaboración de su propia comunidad.
-¿Se trabaja a través del voluntariado?
-Sí, pero después de buscarle mucho la vuelta, como soy abogada, conseguí que 10 % de los fondos internacionales y el 20 % de los nacionales fueran para quienes los consiguieron. ¿Por qué? Porque de esa forma quienes hacen los proyectos tienen su mínima retribución. Yo creo que los voluntarios deben dar lo mejor de su tiempo y no lo que les resta una vez finalizadas todas sus tareas.
LOS REFERENTES
-Ud. tiene sobre la mesa dos cartas de la Madre Teresa de Calcuta. ¿Cómo se vinculó con ella?
-Cuando uno comienza a trabajar con los chicos, se da cuenta de lo poco que puede hacer para paliar sus necesidades básicas. Un día de 1996 en que me sentía desesperanzada, decidí llamar a la Madre Teresa. Conseguí el número, disqué y hablé con ella. Entre las cosas que me dijo, lo que más me conmovió fue: «Mire, Ana, hay que ir de a poco, uno a uno, como decía Jesús. Somos una gota en medio del océano, pero gota a gota, despacito, vamos produciendo educación y cultura». Y con los años comprendí que era así y, aunque nadie es el salvador del universo, para cada chico y su familia, ese lugar y las personas que los cuidan hacen la diferencia.
-Si tuviera que elegir a un dirigente social, ¿a quién destacaría?
-A Muhammad Yunus que ganó el Nobel de la Paz en 2006 por su proyecto de microcréditos, destinado a brindar oportunidades económicas a los pobres. Tuve la suerte de conocerlo y creo que es quien más logró multiplicar sus talentos.
LO QUE VIENE
-¿Cuáles son sus próximos proyectos?
-Durante 2018 y parte de 2019, voy a dedicarme por entero a mi país: quiero fundar 1000 comedores-bibliotecas. Esta idea nació a partir de unas estadísticas dadas a conocer por Unicef en 2017 sobre la niñez, la adolescencia y la pobreza. Las cifras son terribles: casi el 50 % de los hogares donde viven los chicos está en situación de pobreza y más del 10 % sufre pobreza extrema. Uno de cada dos niños y uno de cada tres grandes es pobre, por lo tanto, está desnutrido. Tácita o expresamente, la Argentina, con todas sus riquezas, está forjando una generación de débiles mentales. El informe de Unicef me llegó al alma, y decidí hacer algo para paliar esta situación.
-¿Ya comenzó a trabajar en esta propuesta?
-Desde noviembre del año pasado, vengo pensando en cómo llevarla a cabo, incluso contacté a un gran creativo amigo, Carlos Bayala, y le pedí que hiciera un spot para convocar a la gente. Pero Dios me ayudó. Diciembre fue un mes increíble: salí en la tapa de la revista de La Nación, y Nelson Castro me hizo una entrevista en TN. Fue suficiente. Ni siquiera tuve que recurrir al spot porque fue tanta la difusión que llené seis cuadernos con los datos de las personas que se comunicaron para participar. El argentino es sumamente solidario cuando encuentra un lugar confiable donde colaborar. Este caso no fue la excepción: una vez más la sociedad civil se pone de pie para dar una respuesta.
-Es indudable que la difusión ayuda a crecer. ¿Qué cree que ocurriría si ganara el Premio Nobel de la Paz?
-Aunque nos costó entenderlo, con el tiempo comprobamos que siendo conocidos generábamos confianza y sumábamos más gente a nuestro emprendimiento. Lo mismo ocurre con los premios, por eso creo que sería importante ganar el Nobel, no por el premio en sí sino por las puertas que abriría el ser página principal de todos los diarios del mundo.
-¿Cómo se puede colaborar?
-En cuanto a lo económico, en general, las casas se mantienen gracias a donaciones de fundaciones internacionales o nacionales, campañas para recaudar fondos y el aporte de la comunidad donde están establecidas. Otra forma muy importante de ayuda es brindando el propio tiempo, el afecto, el conocimiento, algo que todos pueden hacer.
-¿Qué necesita?
-Computadoras de última generación y quienes las operen. Estoy convencida de que con nuestros principios, con una buena difusión a través de los medios de comunicación y tecnología de punta, sin movernos de La Plata, podríamos fundar centros en cualquier parte del mundo simultáneamente. Hace quince años pensaba que el proyecto era para la Argentina y el mundo, y así nació la Federación Internacional. Hoy quiero llenar el país de comedores y bibliotecas. No me interesa de qué gobierno o partido se trate, me importa mi Patria.
EN RETROSPECTIVA
-¿Hubo algún hecho en especial que la haya marcado a lo largo de estos 35 años de trabajo?
-Si tuviera que elegir, volvería a hablar del chiquito que vi revolviendo basura en 1983. Cuando tengo momentos de duda o me siento agotada, se me aparecen esos ojitos oscuros y desamparados. Hasta el día de hoy, me acuerdo de él y sigue siendo el móvil que dio inicio a este proyecto socioeducacional, opuesto a la beneficencia, que apunta a luchar contra la pobreza y la marginalidad, y a brindar igualdad de oportunidades.
«El argentino es sumamente solidario cuando encuentra un lugar confiable donde colaborar»
-¿A veces piensa en dejar esta tarea?
-Nunca. A mí no me importa el mañana. Lo único que quiero es que mi vida deje huella; que digan: «Valió la pena que haya vivido».
-¿No cree que ya lo logró?
-No, no puedo creerlo, si sé que cada tres segundos se muere de hambre un chico en el mundo y que en la Argentina hay una inmensa brecha social que no deja de agrandarse.
LA TAREA DE MULTIPLICAR
Donde haya gente dispuesta a trabajar a favor de la niñez y en la promoción familiar, Ana Mon se hace presente para explicar el funcionamiento de los Hogares de día y dar el puntapié inicial para el potencial nuevo centro. Duerme en la casa de quienes la convocan, lleva el material indispensable para su charla y da rienda suelta a uno de sus dones, que es el poder de convencer al otro con su entusiasmo y su credibilidad. «Yo voy a todos lados, no me importa si es un pueblo de 2000 habitantes, lo único que pido es que se reúna un grupo de no más de 30 o 40 personas, porque creo que ese es un número que me permite comunicarme con facilidad con la gente. Estoy convencida de que las conferencias brillantes y multitudinarias sirven solo para el aplauso», explica la doctora Mon, y agrega que pone el alma en sus charlas porque sabe que no va a regresar a los lugares visitados. «Mi función es seguir ayudando a fundar».
-¿En qué consisten las charlas?
-En dar a conocer el proyecto, entregar el estatuto para su análisis, por lo cual es importante la presencia de un abogado para establecer las formas legales. El paso siguiente es firmar un compromiso de adhesión con la Federación en el que se comprometen a ser una organización ecuménica –no nos interesa credo, raza o condición social, mientras trabajen por los mismos ideales–, apartidaria –pretendemos generar el apoyo de la sociedad hacia la sociedad toda, sin sectorizar– y privada para evitar la dependencia del Estado, con su burocracia y sus vaivenes políticos. Hecho esto, solo queda buscar una casa en alquiler económico o comodato donde funcionar.
-¿Qué debe tener mínimamente un lugar?
-Un rectángulo que funcione como salón multiuso (donde los niños juegan, comen, ayudan a levantar la mesa, etc.), dos baños, cocina, un patio y, si se puede, una segunda habitación. En general, el equipamiento –mesitas, sillas, etc., todo se recicla y mejora– suele donarlo la propia comunidad.
-¿Existe algún tipo de perfil determinado de la gente que colabora?
-No, pero en general son mujeres de alrededor de 50 años, cuyos hijos ya estudian en la universidad y sienten que con el mate y los chismes no les alcanza. De golpe, ven que su vida puede tener otro sentido y que tienen mucho para dar: educación, oficio, amor. En cada uno de estos hogares, hay una presidenta –que trabaja ad honorem– y se elige una directora, una maestra –cada 15 niños– que enseñe a leer y escribir, y que los ayude con los deberes. Estos dos últimos cargos cobran una mínima remuneración. Es así como entre todos vamos forjando el entretejido social de abajo hacia arriba.
-Usted mencionó que los centros deben ser privados. ¿Cómo consiguen los fondos?
-Eso es algo que debe resolver cada centro por sí mismo. Nosotros damos una contribución inicial, mínima, y después se manejan con absoluta independencia. Esto marca la diferencia con otras organizaciones. Por mi experiencia, puedo decirles que cuando la comunidad ve transparencia, colabora, y se forma un circuito de donaciones, aportes, padrinos, colaboración individual, etc., según la organización propia de cada asociación. Uno de mis lemas es que «Nada es imposible. Todo es comenzar», tanto es así que ya soy cabeza de 1004 presidentes.